Para tí mi pequeño compañero, espero que te guste:

Del principio sólo recordaba un poquito de miedo, estar en un mundo muy grande y ser muy pequeño, para luego sentirse muy grande en un lugar muy pequeño. De la calle a una jaulita. De su garganta sólo salían maullidos y maullidos, ¡a ver si alguien le entendía de una vez y le sacaba de ahí, porque él sólo quería corretear libre y jugar!.

Después de unos días de maullar y maullar, una humana alegre pareció entenderle y por fin, su momento llegó. La jaula estrecha se quedó atrás y le metieron en un lugar un tanto inquietante que se movía. Tampoco pareció importarle mucho, estaba muy calentito y a gusto en el regazo de esa humana que le había comprendido y liberado de la jaula.

Desde el primer momento, surgió un lazo de amor entre los dos y Rayo fue el nombre le dieron.

  • Porque eres como un rayito de sol – le dijo su humana.

Los primeros días de adaptación a su nuevo hogar y a Cobi, su nuevo hermano gato, fueron muy divertidos, aunque se chocaba con marcos, sillas y puertas, al final terminó manejándose a la perfección.

  • Qué curioso eso que hace con los ojos – Escuchaba. – Su hermanito gato no hace eso – Comparaban. – Se choca un montón y su lengua no raspa como la de Cobi.

Pero cada ser es diferente y especial y eso de comparar, no sirve de nada.
Con el tiempo fue creciendo, miedoso, amoroso y tierno. Cada vez más resuelto y gordito.

Le gustaba dormir con su humana y ronroneaba con apenas mirarle, como si de una moto se tratara. Al fin y al cabo, le gustaba ser agradecido.

Un día, le llegó el olor de algo que le hizo salivar como nada lo había hecho nunca. ¡Qué era aquello! Verde y tierno como él mismo… sólo sabía que quería comérselo. Maullido tras maullido, le decía a su humana que quería de “eso verde”. Le costó mucho que le entendiera y eso que su humana le comprendía muy bien. Debió de ser una petición rara, porque su humana no paraba de preguntarle:

  • ¿Lechuga Rayo?, ¿Quieres lechuga, de verdad?.

Así que aquello tan rico era «lechuga».

  • Vaya un Gatonejo. – Le decía su humana.

A partir de ese día, la lechuga se convirtió en su comida preferida, antes que las latitas de comida húmeda y las chuches que su humana le daba.

Rayo era un gato muy atento, maullaba y maullaba para que la hora de ir a la cama no se pasara y su compañera humana se acostara cuando debía. La verdad es que a veces, en vez de decir “muiau”, Rayo simplemente decía “Miii”.

  • Vaya, un pollito piador…ya tienes unos añitos y sigues maullando como un gatito pequeño, Rayo – Le bromeaba su humana.

Pero eso a Rayo no le molestaba, cada uno es diferente y único, además su maullido era encantador y al mismo tiempo muy potente, o por lo menos así lo creía él.

No podía negarse que era un gatito feliz y siempre que podía, quería compartirlo con su humana, la seguía aquí y allá, estaba con ella cuando estaba enferma o triste y se acurrucaba a su lado siempre que podía. Le gustaba mucho estar en las alturas y taparse con las sábanas, tanto, que a su humana a veces le costaba encontrarle y se asustaba un poco, pero sólo hasta que Rayo le regalaba su más sonoro “mi” y todo acababa en risas.

Un día, sin mucho aviso, apareció un nuevo humano y un nuevo “hermanito», pero no era como Cobito y él, si no que era muy grandote y un poco babosete. La verdad es que le daba mucho miedo, pero todos somos distintos y únicos y quiso darle una oportunidad para conocerse, siendo cauto, claro.

Eran una familia muy peculiar donde no cabía el aburrimiento, en verdad, todas las familias son diferentes y bonitas a su manera.

Así pasaron los años, y un día, Rayo empezó a no tener mucha hambre y a menudo se sentía cansado. No le dio mucha importancia, porque claro, estaban en medio de una mudanza, la familia se trasladaba a un hogar más grandote donde poder corretear mejor.

Sin embargo, su humana parecía preocupada, escuchó llamarle «raspita» y cierto era que había perdido algún que otro kilito, pero ya se sabe, a menudo los humanos exageran.

Pero un día, sin previo aviso, volvió sentir lo que ya había sentido una vez, ser muy grandote en un espacio muy pequeño y después, ser muy pequeño en un mundo muy grande. De su hogar a un trasportín y de éste, a un lugar llamado veterinario…

Allí le hicieron muchas cosas que no le gustaron, y su humana no estaba, ¿se habría perdido? Intentó llamarla con su “mi”, pero no acudió. Estuvo allí un tiempo con humanas que no conocía y aunque le decían cosas con voz muy amorosa, Rayo estaba asustado y solo quería irse a su casa.

Al cabo de tres días, su humana volvió a por él. Nunca había estado tan contento, por fin a casa. Pero su humana parecía triste, la escucho hablar de una cosa llamada «insuficiencia renal», debía de ser importante, porque ella lloraba de vez en cuando. A lo mejor por eso no había podido ir a recogerle antes, porque ella tenía eso que parecía importante.

Rayo entonces, se prometió hacer lo que mejor sabía, dar amor y cariño a su humana, siempre había estado ahí para ayudarla y ahora no iba a ser diferente. A partir de ese momento, siempre acompañó a su humana al veterinario, no quería que fuera sola y aunque de vez en cuando le daban cosas raras y le pinchaban, a él no le importaba. Muchas veces viajaban en coche y le metían en ese habitáculo enano para ver a esas humanas simpáticas que, poco a poco dejaron de ser tan desconocidas.

Muchas idas y venidas, muchas pastillas y pinchazos. A veces Rayo se encontraba genial y otras no tanto, eso de ser un buen compañero era muy cansado, pero había hecho una promesa y era un gato muy luchador, iba a seguir dando todo su amor como pudiera.

Llegó un día en que el cansancio se hizo demasiado pesado y apenas pudo moverse, con mucho cuidado su humana le cogió y le llevó al coche, curioso, porque está vez no hubo pequeño habitáculo y pudo viajar como vino en el comienzo, calentito y a gusto en el regazo de su humana.

Un viaje más al veterinario, acompañando siempre a su compañera para que no estuviera sola, pero ese día estaba especialmente triste y no paraba de llorar. Quería darle todo su cariño, pero también quería poder descansar, había hecho una promesa y quería cumplirla, pero estaba agotado y no ayudaba que no tuviera nada hambre últimamente.

Cuando llegaron, sin previo aviso, le volvieron a pinchar, pero estaba tan cansado, que no dijo nada. Como su humana le comprendía tanto, le echó en una camita a descansar y en voz muy bajita le dijo:

  • Sé que estás cansado, mi Rayito de sol, siempre has estado a mi lado, en mis mejores y peores momentos, en mi soledad y falta de valor, en mi alegría y mis éxitos, sólo puedo darte las Gracias por llenar mi corazón de tu cariño y ternura. Puedes dormir tranquilo, mi pequeño Gatonejo Piador, te quiero.

Rayo sabía que su humana estaría acompañada por su humano y sus hermanitos peludos. Aunque no era lo que más quería, Rayo, que ya estaba agotado, decidió tomarse un descanso y soñar con campos llenos de lechugas tiernas y sabrosas, hasta el momento de encontrarse con su familia de nuevo.

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